Una sociedad en la que su cosmovisión y cultura profesa que todo está en comunión ya sea humano, animal, mineral o vegetal, es una sociedad sana, puesto que sus conflictos son mínimos al otorgar el lugar que le corresponde a cada cosa.

Sumergirse en el mito, es decir, en aquello que nos conecta al inconsciente colectivo de Jung, a través del símbolo y el arquetipo, ilumina un camino en el que aprovechamos todo el conocimiento acumulado a lo largo de nuestra historia, a través de la antropología, el arte, la religión la ciencia, la filosofía y la espiritualidad.

Selva y asfalto

Nuestra delirante sociedad ha perdido la conexión con lo misterioso, con lo sutil y mágico, no tenemos tiempo para dedicarnos tiempo, y la paradoja del conejo de Alicia se manifiesta de forma innegable en un más que discutible progreso, en el que la incomunicación, el desencanto y las visitas a cualquier tipo de terapia son cada vez más frecuentes.

Nuestra salud mental, emocional, física y espiritual, pasa inevitablemente por encontrar un sentido vital a nuestras experiencias en este plano, entendiendo que todo lo que hagamos tenga “alma”, para hacernos sentir plenos. Sin embargo, experimentamos vacío y ansiedad, en relaciones o trabajos líquidos que no logran consolidarse.

Animismo

El ánima que anida en cada ser humano, animal, vegetal o mineral, es diferente en su forma, pero idéntico en su esencia. La creación está en todo y todo está en la creación. Podemos observar que en este concepto se dan cita, religión, cultura, ciencia y arte, aunque no tanto una religión ética en las formas, sino en el fondo, es decir conectada con su parte misteriosa y transformadora, que pasa por integrar todo aquello que ha formado parte desde la noche de los tiempos.

Un pueblo conectado a sus raíces, sus ancestros, sus sueños, su entorno y territorio, que sepa respetar a todo lo creado y que, además, no se sitúe como centro de la creación, sino como parte de un gran engranaje, es una sociedad sana.

Orden y caos

Mantener vivo el mito totémico permite reconocer a los ancestros como parte de nosotros, respetar el ecosistema pues no hay separación, al tiempo que integra y transmite de forma oral todas sus tradiciones y raíces.

También dota de ánima a todas aquellas fuerzas cósmicas que le superan, y las respeta y venera como partes de un engranaje cíclico en el cual debe encontrar su espacio, y colaborar con él, además de aprovechar su fuerza y poder para que esas fuerzas le sean de ayuda.

De este modo, gobierna el orden cósmico frente al caos primigenio y el hombre encuentra un sentido a su existencia, y se sabe parte, pues nunca estuvo separado de ella. Solo nuestra cultura occidental actúa con la naturaleza de forma despiadada pensando que le pertenece y que no ha de tenerle ningún respeto, puesto que está a su servicio.

Nuestra llamada sociedad del bienestar ha renunciado a esa conexión y ha creado un mundo paralelo virtual en el que hemos sido anestesiados. Pocos son los privilegiados que pueden ver un amanecer o un atardecer, puesto que muros de hormigón cuadrangulares le impiden sentirse como un ser soberano y libre.

Dentro de nuestro caos más absoluto, pretendemos establecer un orden lógico para sentirnos bien, muchas veces ayudado de alguna pildorita, o unas merecidas vacaciones que nos ayuden a parar un poco, siendo mucho más duro el reencuentro a la vuelta de nuestro descanso.

¿Hay remedio a esta locura?

Por supuesto, aunque para llegar a ello tenemos que pasar ineludiblemente por una desaceleración de nuestras actitudes y comportamientos miméticos, planteándose preguntas profundas, para afrontar nuevos retos y desafíos.

¿Te gusta lo que haces? ¿Tu salud es óptima? ¿Comes saludable?, ¿Te agobia tu economía?

Estás preguntas y tantas otras, han de formar parte del elenco de palancas a utilizar para dejar de jugar al escondite con uno mismo, y no seguir haciéndose trampas al solitario.

Viajar, un gran antídoto

Conocer otras latitudes y darse cuenta de la escala real de valores que cada cultura tiene, permite relativizar y recolocar cuestiones que prioricen lo realmente esencial e importante en nuestras vidas.

Culturas en las que el bienestar espiritual esté por encima de otras cuestiones, permite un equilibrio natural y real con nuestro medio ambiente, cuidando y respetando nuestro hábitat.

Entonces podemos darnos más cuenta de cuán cerca puede estar nuestra independencia financiera y nuestra libertad personal, para poder reducir nuestras irreales necesidades creadas, pudiendo bajarse del tigre cuando cese su ansiedad devoradora.

Practica de vez en cuando

Reuniones al aire libre para celebrar la salida del sol o un plenilunio, espacios de meditación y reflexión, y abrir la mente a otras formas de pensar y relacionarse, ejercitan el proceso de cambio para sentirnos más vivos y plenos, y sobre todo más libres.

Un buen ritmo de acción, con una buena dosis de perseverancia, nos acerca cada vez más a nosotros y a lo que realmente nos hace estar en una mayor paz y plenitud carente de carencias.